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El Templo y el Convento de La Merced

Monumento arquitectónico de sin par estirpe colonial, el Templo y Convento de La Merced se alza majestuoso en la plazuela que lleva su nombre.

Y entre los dos frentes surge hacia lo alto el campanario, labrado en piedra, con haces de columnas adosadas y ocho campanas.

Ingresar al templo es retroceder al siglo XVII y apreciar sus tres hermosas naves, dos laterales y no muy amplias y la central.

La vision retrospectiva muestra el arte elocuente de sus retablos y altares, labrados y ricamente dorados.

Dominando la nave central, como una expresión ‘de arte y esplendor, se levanta el retablo del Altar Mayor de estuco, con un dorado laminado, en cuya parte superior se encuentra la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes.

Desde el pùlpito, de estilo plateresco, de madera de cedro, con esculturas labradas, hasta su imponente coro sostenido por arcos de piedras labradas, se observa la mano del artífice cuzqueño.

La obra gigante de ebanistería se da la mano con los tesoros de orfebrería y los valiosos cuadros que penden de sus muros.

El tesoro más apreciado es la gran custodia, joya de inapreciable valor, trabajada en oro finísimo y exornada con dos enormes perlas y otras 615 más pequeñas, 1,518 diamantes, y además de esmeraldas, rubíes y topacios.

Esta maravilla de orfebrería es la más bella y artística que se conoce en la ciudad.

Trabajada en el Cusco por el orfebre Manuel Piedra, tiene un metro 30 de alto y pesa 22.200 kilos. Fue realizada en base de la antigua que hizo el español Luis Ayala Olmos.

Las pinturas en el templo y en el convento forman una colección de gran valor. Están allí por ejemplo los lienzos de San Pedro Nolasco, una copia de Rubens: «El Descendimiento y muchos sobre santos y temas religiosos.

En los sótanos de la iglesia se guardan los restos de los conquistadores de Diego de Almagro el Viejo, Diego de Almagro el Mozo y Gonzalo Piza-rro, los tres decapitados en la Plaza de Armas.

La celda del Padre Salamanca decorada con pinturas de este religioso, constituyen también uno de los lugares de interés artístico.

 

El bellísimo claustro del Convento de La Merced, labrado en piedra rosada.

HISTORIA.- En la jornada épica y atrevida que emprendió D. Francisco Pizarro con sus huestes conquistadoras, desde Cajamarca a la Capital del Imperio de los Incas, atravesando las crestas de los Andes, al finalizar el año 1533, el único sacerdote religioso que acompaño a aquellos indómitos guerreros fue el fraile Mercedario Fr. Sebastián Castañeda de Trujillo, paisano y pariente del conquistador. El padre Sebastián Trujillo, después que Pizarro coronó la conquista del Cuzco, pensó en fundar en la gran ciudad, el Convento de su Orden y puso sus tiendas, con autorización de su pariente D. Francisco Pizarro, en un gran solar situado en la parte sur de la gran plaza que ocupaba el Centro de la Capital del Tahuantinsuyo, llamada Cusipata o lugar de regocijo.

Es indudable, a estar de los datos de las crónicas y de los que nos han sido proporcionados por el R. P. Fray Alberto Escalier, que el Convento de La Merced se fundó en 1534, o cuando más en 1535, pues cuando en julio de ese año salió del Cuzco la expedición Almagro para la conquista de Chile, le acompañaron, en calidad de capellanes los padres mercedarios que estaban en esta ciudad Fray Antonio de Almanza y Fray Antonio de Solís.

En la repartición de solares que se hizo para los conquistadores, a raíz de la derrota de Manco II en el año de 1536, no se hace mención de los mercedarios, ni del lugar que ocupa su Convento, lo cual puede ser una prueba de que ya en esa fecha, estuvieren establecidos en este lugar. Además existen documentos de 1535, en los cuales aparecen Fr. Sebastián, Fr. Antonio de Almanza y un Fr. Pedro, probablemente de Muñatones, entregando ciertas piezas de plata para que fueran selladas y pagar con ellas el Quinto del Rey.

El Padre Castañeda tuvo también su participación en el rico e ignorado botín que consiguieron los conquistadores en la opulenta Metrópoli del más grande de los Imperios del Nuevo Mundo y, con su producto y las donaciones que, con generosidad erogaron los conquistadores, pudo principiar, inmediatamente de la conquista, la fábrica de su iglesia y  Convento, los cuales de la humilde tienda que sirvió de albergue a los primitivos Mercedarios, se convertiría más tarde en los edificios monumentales que admirarían la posteridad.

El primitivo Convento y la Iglesia del Convento y Provincia de la Visitación de La Merced del Cuzco, terminaron de construirse unos veinte años después de la fundación española del Cuzco, o sea por los años 1554 y tenían en lo sustancial, el mismo plano y ubicación que tienen actualmente, excepto el coristado y el antiguo noviciado que formaban la huerta del Convento. Pero el furioso terremoto que destruyó completamente la ciudad acaecido  el 30 de marzo de 1650, arruinó también por completo las fábricas de la Iglesia y el Convento, al extremo de que, de éste no quedaron en pie, sino tres celdas. Inmediatamente, como sucedió con el Templo de la Compañía de Jesús y su Convento, se procedió a su reedificación, bajo la hábil dirección del p. Fr. Antonio Blanco.

El gran claustro de estilo romano del renacimiento, uno de los monumentos más espléndidos del arte colonial en América, fue construido en seis años, mejor de lo que era antes, según rezan las crónicas. Durante este tiempo la Comunidad ocupó las casas solariegas de los benefactores del Convento Don Diego de Vargas y Carbajal y su esposa Doña Usenda de Loaiza y Bazán, ambos de ilustre abolengo, limeño el primero y cusqueña la segunda. Don Diego fue corregidor de Arica de Canas y Canchis y encomendero de Aimaraes. Doña Usenda era biznieta de Rivera el Viejo, uno de los fundadores de Lima. Esta legó sus palacios y sus haciendas de Moquegua, que tenía una extensión de más de mil hectáreas, para que primero se fundase el Colegio de San Pedro Nolasco el que debía regirse por los mismos estatutos del de la Vera Cruz de Salamanca y ocho mil pesos de esa renta de dichas haciendas para el sostenimiento de dicho Colegio.

Por no haberse podido trasladar el colegio de la casa donada por la señora Usenda de Loayza y Bazán, se edifico el magnífico claustro que está en el segundo patio, con el de que funcionara dicho Colegio. La mando edificar el Padre Provincial Fr. Diego Pantoja por resolución del padre vicario general Fr. Martín de Arcas en el Capítulo Provincial de 1684, habiendo sido nombrado primer rector el P. Pedro de Acuña. En dicho colegio se conferían grados académicos y fue autorizado por el Virrey Conde de la Moncloa en 1689, para la confección de tales grados. Más tarde por no poder contener el Convento el número de religiosos que, en aquel tiempo alcanzaron a 130, el Provincial Fr. Marceo Muñoz, religioso de gran mérito, con un legado de su patrimonio familiar y otros dineros, compró la extinguida Casa de la Moneda, situada donde hoy se levanta el hermoso edificio “Garcilaso”, para que en ella funcionara el Colegio, hasta que por fin se estableció definitivamente en el pequeño claustro que ocupa hoy el coristado y que se construyo en 1744 en la huerta del Convento.

La iglesia, obra también monumental de una sola torre, edificada toda de piedra, menos las  bóvedas que son de ladrillo, fue reconstruida a raíz del terremoto de 1650, habiendo costado, comprendida solo la fabrica, según tasación que hicieron los peritos, la suma de trescientos mil pesos.

Es a Fray Juan de Vagas, a quien se debe principalmente la fabrica del primitivo Convento e iglesia, mereció que el Inca Cayo Tito Yupanqui, hiciera donación a la comunidad de la Hacienda Ccorimarca, que posee todavía el Convento, por los beneficios que había recibido y por haberse enseñado a sus hijos la religión cristiana.

Los conquistadores Francisco Pizarro y Diego de Almagro, tuvieren mucha diferencia a la Orden. Francisco Pizarro, donó a esteConvento del Cuzco las Haciendas de Ckaira y Manahuañuncca, ésta de su patrimonio, en 1539, “por los grandes servicios que los religiosos habían prestado a la pacificación y cristianización del Perú”. Según rezan las crónicas. Don Diego de Almagro no fue menos munificente. Por su último codicilo, fechado en el Cuzco, poco antes de su trágica muerte y en el cual aparecen como testigos el conquistador de Chile D. Pedro de Valdivia y el P. Juan de Vargas, quien también lo asistió  como confesor en su muerte, dejó suplicado que su cuerpo fuese enterrado en la Iglesia de La Merced del Cuzco y que los mercedarios  le hagan su entierro, para lo cual ordeno que se compre un ornamento completo de terciopelo negro, como una cruz alta, incensario  y ciriales de palta, legándolo todo a dicha Iglesia. Así mismo manda que de su peculio fuese edificada toda la iglesia. Los frailes cumplieron religiosamente la última voluntad de  su gran amigo y bienhechor, enterrado solamente sus restos en la Capilla Mayor de la Iglesia, en la bóveda del altar mayor, en la cual, descasan también los de su hijo D. Diego el Mozo y los de Gonzalo Pizarro.

En cuando al legado para iglesia, se reclamo a la Corona de España, pero n pudo conseguirse. En la primitiva iglesia se consagró en 1549 el primer Arzobispo de Lima D. Francisco de Loaiza y en ella funcionó el Cabildo Catedral hasta que pudo habilitarse su propio Templo.

El Convento de la Merced, fue pues fundada el año 1536, más que por su iglesia es famoso por el Convento, como casi todos los edificios de la ciudad fueron destruidos por el terremoto de 1650, su actual edificio data de la mitad del siglo XVII. El Templo  de  La  Merced, como hemos visto tiene bajo sus losas y en la bóveda del altar mayor, los infortunados restos de Don Diego de Almagro, de su hijo Almagro el Joven y el Gonzalo Pizarro.

La fachada del Templo es asimétrica, ostenta una sólo torre de traza típicamente cuzqueños, por su cúbito y sólido basamento y su coronación con un cuerpo de campanario abierto en arcadas pareadas hacia cada costado y rematado en una cúpula que acompañan cuatro eupulines. El almohadillado de sus muros y pilastras, así como la decoración de los fustes de las columnas y el hecho de que todos los temas empleados se encuentren e las obras que existían  en aquella época del Cuzco, hace pensar que su autor era un nativo de la religión que no conocía España. A la misma conclusión conclusiones podríamos arribar, como lo hacen algunos arquitectos, por el motivo que exorna las dos puertas del Templo, pudiendo observarse, como curiosidad, en la del costado principal, hacia la Plaza Espinar o de la merced, en el cual hay un altar, en el que se decía misa frente al actual parque, todos los días con gran concurrencia  de fieles. Lo más  interesante es el claustro por su belleza imponderable y otro el derroche de la técnica empleada en la obra lítica.

La fachada del Norte o principal, ya que, la Iglesia tiene propiamente dos fachadas, consta de dos cuerpos: “10.- basamento con molduras geométricos, estilo renacimiento, que sostiene columnas exentas, de capiteles corintios, cuyos fustes están exornados, hasta el primer tercio, con arabescos de complicados dibujos y en cuyo centro se ostenta el escudo de la Orden. Tiene una distribución de dos a cada lado de la puerta de entrada, la que consta de un arco de medio punto, dovelado. En los intercolumnios hay hornacinas simuladas con molduras, estilo renacimiento; 20. Sobre la puerta de entrada hay un nicho profundo que se comunica con el coro del Templo y en donde existe un cuadro de la virgen de Las Mercedes. Consta de cuatro columnas, dos a cada lado del nicho, de capiteles corintios, con exornaciones en el fuste con quinto de diamante. En los intercolumnios hay, de igual manera, hornacinas simuladas. Remata el sencillo edificio un ático curvo o peineta en donde se destaca el escudo de la orden. La fachada del Este es de un solo cuerpo y de un paramento más sencillo. Está formada por dos columnas Jónicas, de fustes lisos y en el remate se abre una hornacina exornada por cornisas que forman sobre ella un frontón.

Entre las dos fachadas se levanta la torre de grandes y gruesas líneas. En el campanario, que está a una altura mayor que las fachadas existe una ornamentación vistosa. Consta de ocho ases de columnas adosadas corintias, cuyos fustes tienen una exornación profusa en toda su longitud de sogas y zing-zags que resaltan como un entretejido bastante laborioso y de un marcado barroquismo. Sobre los ángulos del cornisamento y sobre los haces de las columnas se yerguen ocho templetes con pináculo por remates; el tambor de esta eúpula es octagonal, con vanos simulados, y al contorno ostenta remates de cuatro pináculo con un sobrio chapitel, que remate en una airosa cruz de hierro.

La obra de indiscutible de indiscutible mérito artístico y técnico, es sin duda alguna el claustro del Convento de La Merced, admiración de Propios y extraños. Claustro de dos pisos todo ejecutado en piedra y en el cual, más que en ninguna otra obra, en la ciudad se ha trasplantado la obra del carpintero a la piedra, de ahí que su estilo sea propiamente xiloformo. Dicen las crónicas que esta obra la ejecutó el fraile Mercedario Fr. Antonio Blanco, pero, desgraciadamente, las mismas especifican si era un mestizo o un español. Por el estilo exornaciones y el marcado xiloformismo de la obra, nos aventuramos a opinar que así como el autor de la torre fue un criollo  o un mestizo aquel genial fraile también era un peruano y quizá  si un cuzqueño.

El Ingeniero Benavides llega a esta misma conclusión, cuando dice: “Por el estudio de la factura y la composición de este monumento llegamos a la conclusión igual que expusimos, al respecto del autor de la torre y fachadas, o sea, que debió ser un criollo que no conoció nunca España.

En realidad el claustro tiene características de originalidad; pero  si lo analizamos, nos damos cuenta de que ésta proviene de haber tenido el atrevimiento de tallar en piedra motivos que hasta entonces sólo se habían empleado en los retablos de madera. No hay ningún motivo que no fuese conocido en América aunque el parentesco de las escaleras y almohadillados hubiésemos de buscarlos en Quito, cosa que por lo demás no es indispensable, pues a la época corrían impresos multitud de tratados de arquitectura, en los que, este tipo de obra es frecuente reproducido.

Es este claustro obra típica de la arquitectura criolla y al que las observaciones presentes no intentan restarle mérito hay que recordar los artesonados y zócalos o arrimadores de azulejos.

Este primer claustro es de plana cuadrangular y consta de dos pisos. “Las galerías bajas están formadas por gruesos pilares almohadillados, que forman alrededor de veinticuatro arcadas de medio punto, cuyos intradoses son también almohadillados. Las galerías son anchas y bien altas, dando abundante y clara luz a los interiores.

La ornamentación arquitectónica consta de las siguientes partes: basamento almohadillado, que se adosa a los pilares maestros, por la parte anterior y, sostiene columnas corintias, exentas, cuyos fustes, están exornado con anillos de hojas de acanto, hacia el hisnoscapo y el primer tercio, en cuyo espacio hay escamas. Desde el segundo anillo hasta el capitel, el fuste es estriado y también, a veces, escamado, Sobre el ábaco de las columnas hay una ménsula que sostiene la cornisa. El friso, está, asimismo, ornamentado con almohadillas. Corre la cornisa en toda su extensión sostenida por modillones. Las enjutas de los arcos, como puede verse claramente en las fotografías, están ornamentadas por arabescos artísticos”.

Sobre esta cornisa corre la arquitectura del segundo piso. Se caracteriza también por los pilares maestros iguales a los del primer piso, así como las arcadas.

El basamento de las columnas es de molduras sencillas, cobre el que se levantan columnas corintias, más pequeñas que las del primer piso. Tiene también como exornación, en los fustes artísticos y estrías.

“Bajo cada arcada hay haces de columnas, adosadas  a los pilares maestros, corintias, con los fustes exornados con sogas, escamas y estrías. Cada columna sostenida un modillón, sobre el  que corre, a su vez, una cornisa ancha. Sobre las columnas del frente anterior corre un cornisamento sostenido por pequeña modillones. La cornisa, que es el remate de todo el edificio es salediza y bien ancha. En las enjutas de los arcos hay tracería de artistas combinaciones”.

Evidentemente, como dice el escritor J. Uriel García, este es uno de los mejores monumentos religiosos del Cuzco bajo la dominación española, de conjunto grandioso y elegante, aunque no creemos, como él que su estilo, en términos generales sea el del renacimiento español con elementos decorativos del plateresco, sino más bien de estilo xiloformo, con abundantes elementos del plateresco.

El segundo claustro es también de dos pisos. Su estilo es completamente diferente del primero. Sobrio, casi sin exornaciones, Su estilo es el romano severo. Los pilares son gruesos con capiteles dóricos y arcos de medio punto. En la parte baja, las pilastras sostienen boceles adosadas a los pilares. Los pilares de la planta superior sostienen arcadas más pequeños  y están colocados, justamente, sobre el remate del arco de medio punto de la planta baja.

La alta torre de la Iglesia de Santo Domingo, cuya base, hasta la altura del campanario se encuentra desnuda de toda ornamentación. El campanario propiamente dicho, en cambio, está muy exornado con una base almohadillada, columna retorcida y profusión de esta torre de estilo churrigueresco.

El ambiente de casi sombra penumbrosa que reina en el lugar, invita  a la oración y la contemplación mística. Claustro de los novicios se llama hasta ahora y ahí, en nuestras horas de estudio, hemos visto desfilar la blanca toga de los mercedarios que se destaca nítida entre la poca luz de las arcadas y los pilares de piedra, sobrios y severos.

La sacristía es otra de notable valor arquitectónico y de ornamentación, posee una de las más valiosas colecciones de ornamentos sagrados que existen en el Perú y probablemente lo mejor que tiene la orden. Pero la obra insuperable, la joya cuzqueña de un valor incalculable, uno de los restos  del antiguo esplendor de la Tierra del Sol, que trocó el Dios Inti por el Dios Jesús, es sin duda alguna su maravillosa custodia. Fue trabajada en el mismo Convento por Juan de Olmos, español, 25 años antes  que la de la Catedral y muy superior a ésta en trabajo artístico. Peso 22.2000 kilogramos de oro fino. Tiene 1518 diamantes y brillantes finos, 615 perlas, 1 amatista, 3 esmeraldas y varios rubíes. La mayor parte  es de oro de 22 quilates y el resto de 18. En la parte central e imitando, casi perfectamente perla, que es una maravilla de orfebrería, por su engaste y una joya artística de insuperable  valor. El viril y la custodia están completos, lo que no  sucede con la Custodia de La Merced que por su trabajo y factura artística supera, en muchos aspectos a aquella fue trabajada en el año 1720.

Es tal su belleza y atracción que hemos oído de boca de muchos turistas, hombres de arte, de ciencia y de letras, de muchos valer y conocimiento que, seguramente, esta obra constituye una de las joyas orfébricas más grandes de toda América. Su acabado es perfecto, el derroche de gracia y belleza invalorable.

En el Salón Capitular de la Orden, en el primer claustro fue descubierto, hace poco tiempo un hermoso lienzo de la Sagrada Familia, por el artista boliviano Cecilio Guzmán de Rojas, original, según él del gran pintor flamenco Pedro Pablo Rubens.

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