Junto al Cusco tradicional, que conserva modos y costumbres de larga data y que se mantiene al margen del tráfago y velocidad que caracterizan la vida de las ciudades de este nuevo milenio, existe uno moderno, cosmopolita, cuyo rápaido ritmo está marcado por la actividad turística. De hecho, la así llamada industria sin chimeneas es la que dinamiza la vida económica de una ciudad enclavada en una región eminentemente agrícola, de economía deprimida y muy mal comunicada todavía con las grandes ciudades de la costa con el extranjero.
Hoteles, restaurantes, bares y cafés, pubs y discotecas, agencias de viaje y empresas de transporte, tiendas de souvenirs y de implementos fotográficos, minimárkets, librerías tiendas de discos, cabinas públicas de Internet, galerías de arte; todo eso y mucho más, forma el entramado de servicios relacionados con el turismo. Son centenares de personas que trabajan directamente en la actividad y se cuentan por miles, las ocupadas de manera directa en la relación con la producción y servicios destinados al turista, desde los artesanos que tejen prendas de lana de alpaca, hasta los niños que vestidos de usanza indígena posan junto a una llama en las calles ante los muros incaicos.
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